La sangre de un dios.

"Soy un hombre supersticioso, y si le ocurre algún desdichado accidente a mi hijo Michael, si un policía le dispara en la cabeza o si le encuentran colgado en una celda de prisión. O incluso si fuera fulminado por un rayo; yo culparía a algunos de los aquí presentes. Y no perdonaría". Marlon Brando, El Padrino.



Las fibras de la madera del arco crepitiban mientras Inuk observaba a su enemigo. A su mente volaron las palabras de su padre; -"Recuerda hijo, antes de dejar que la flecha busque su corazón aprende de la presa, respira con ella y sólo así podrás abatirla". Siguió observando a su presa esperando encontrar en ella un atisbo de debilidad, un punto flaco, una grieta en su fortaleza.

Días antes nació su hijo y, como si el bebé supiera de su flaqueza, eligió la noche para llorar sobre los brazos de su padre. La blancura de su piel sólo rivalizaba con la manta de nieve que cubría el terreno, nieve que parecía haber elegido los ojos de su primogénito para anidar en ellos y así, sumada a la lividez de su piel, sus ojos blancos apenas se dejaban ver. Las matronas asistían a la madre en su tienda mientras cómplices miradas de temor volaban entre ellas. Un hijo de frágil piel blanca y ojos claros no podía vivir mucho tiempo.

Fuera de la tienda y ajenos a todo lo que transcurría en ella, el resto del poblado preparaba una pequeña celebración para agasajar al padre por su primogénito. Unos cuantos habían abierto esa mañana agujeros en el hielo para pescar y otro, el hermano de Inuk, partió temprano para volver con una foca cuya piel preparó para así poder cubrir con ella a su sobrino y darle calor. La mañana despuntó mientras en la tienda Inuk y su mujer, ya solos, miraban a su hijo. Él pensaba por qué su hijo era blanco como la nieve y poseía esos inquietantes ojos, ella con su hijo sobre el pecho, escuchaba la respiración del bebé mientras la suya propia le iba acunando.

El caballo esperaba paciente a su amo mientras éste continuaba manteniendo el arco tenso. Las lágrimas del padre ya no resbalaban por sus mejillas pero Inuk podía aún sentirlas frías como afiladas hojas que agrietaban su rostro al resbalar por ellas. El viento que arremetía en la montaña contra todos aquellos que la poblaban no impedía que el arco siguiera tensado. Los ojos del cazador no dejaban de investigar en su enemigo; tenía que saber en qué momento y en qué lugar clavar la flecha en su corazón.

Esa misma tarde las matronas llevaron a la tienda alimentos para la madre y unguentos para el bebé. Los llantos que habían salido de la tienda animaban al resto del poblado que no veía el momento en el que el padre sacara a su hijo en brazos y lo enseñara a sus vecinos. Dentro de la tienda los rayos del sol buscaban grietas en la tela que la cubría para penetrar en su interior mas todos ellos no hayan modo de irrumpir en la estancia. La madre entrega el bebé a Inuk y éste sonríe pues ha llegado el momento en el que orgulloso lo enseñará ante la tribu. Mientras se dirige a la puerta de la tienda piensa en el futuro de su hijo; será el mejor cazador, el mejor pescador, el mejor curtidor de pieles, el mejor curandero. Su hijo será lo que desee ser y él, su padre, estará a su lado para defenderle siempre.

La pluma de la flecha roza con suavidad sus dedos mientras éstos la mantienen firme. El odio en los ojos de Inuk hace que sus músculos hagan que la cuerda del arco ceda un poco más a cada instante a la vez que sus ojos lloran de nuevo. Observarle durante tanto tiempo no hace si no recordarle que él fue quien le arrebató a su hijo, y ahora, este arco y esta flecha, que estaban destinadas a ser de su primogénito, le servirán de venganza para acabar con él.

Inuk sale de la estancia y el orgullo de padre hace todo se nuble. Tiene a su hijo sobre sus brazos mientras el poblado grita de alegría por la llegada de un nuevo miembro. Inuk, como la tradición dicta, retira las telas del bebé y lo muestra desnudo ante todos, lo eleva sobre su cabeza y lo muestra con renovado orgullo. Ni la lividez de su piel ni sus inquietantes ojos hacen que nadie cese en sus gritos de alegría, el poblado disfruta con su llegada al mundo. El padre grita con sus vecinos mientras muestra a su hijo; gira a su derecha, gira a su izquierda, se toma su tiempo, quiere que todos vean a su hijo. De repente los vítores van cesando y los gritos de alegría se mezclan con gritos de terror. Inuk tarda unos instantes en darse cuenta de que algo no va bien. Deja de notar cómo las piernas de su hijo se mueven sobre él y rápidamente baja al niño para ponerlo ante él. Su cuerpo, antes níveo ahora se ha tornado rojizo. El bebé tiene los ojos cerrados y su piel se vuelve carmesí con rapidez. Tapa al niño con sus propios ropajes y entra en la tienda corriendo..

Esa misma noche de entre la nieve en la que se había instalado el poblado una pequeña hoguera funeraria rompía la blancura del paisaje con el fuego y humo que de ella salía. Todos guardaban el silencio que el momento requería haciendo que, ni las lágrimas de la madre ni la furia contenida del padre se mezclaran con el silbido del aire y el crepitar de las maderas que se consumían. El cuerpo de su hijo se hacía cenizas y en la mente del padre sólo había lugar para una idea; la venganza. El sol había matado a su hijo y ahora él haría lo mismo con el astro. No tenía miedo de matar a un dios, tan sólo tenía miedo de no hacerlo y tener que sentir su luz y calor sobre su cuerpo un día más.

La madre clavó las rodillas en la dura tierra helada a la vez que las mujeres del pueblo la rodeaban dándole consuelo y calor. Él buscó a su caballo y afianzando sus piernas al robusto cuerpo del animal puso rumbo al punto más alto que había en los alrededores. Quería estar lo más cerca del sol. Su hermano le pidió que se quedara, que no ofendiera a los dioses con sus venganzas; -"La muerte de un dios es la muerte de los hombres", le dijo con miedo. -"Si dejamos que los dioses nos maten ¿acaso no tenemos derecho a defendernos? Hoy un dios morirá, lo juro". El trote del caballo se iba perdiendo en la distancia.

Una vez en lo alto de la montaña fijó su vista en el astro y, sin dejar de observarlo, puso una flecha sobre la cuerda y comenzó a tensarlo. Observó al sol buscando el mejor momento para abatirlo. "¿Cómo será matar a un dios? " pensaba con cierto temor -"¿Y si el resto de dioses le buscaban luego para vengarse?". No importaba, su carcaj estaba repleto de flechas y no erraría el tiro con ninguna de ellas, tan solo hay que mirar a tu enemigo, observarle y aprender de él. Y si las flechas fallan clavaría un puñal al mismísimo viento, cercernaría con su hacha a la lluvia e incluso el dios del trueno caería antes sus manos desnudas. Los ojos de Inuk comenzaban a arder y llorar, sentía que era el momento de lanzar la flecha pues el ocaso llegaba y cuando el sol se pone siempre hay antes un breve rayo de esperanza. Su brazo liberó la flecha del arco y ésta, salvaje y libre, buscó a su objetivo mientras se perdía en el horizonte. Inuk se desplomó sobre el suelo de la montaña. Apenas podía mantenerse en pie y sus ojos lloraban la sangre de la ira. Su caballo, como si supiera que su amo le necesitaba, dobló sus patas delanteras para facilitarle que subiera y él, a punto de desfallecer sólo pudo susurrarle al oído mientras sus manos mesaban las crines de animal; -"A casa".

Desde el poblado gritos de auxilio salían de cada boca. Los sacerdotes no podían creer lo que estaba pasando. Al ocaso del sol una luz verde, como si de una herida se tratase, rompía el amarillo cuerpo del sol para, instantes después bañar los glaciares que les rodeaban de ese color. El suelo se tiñó de esmeralda e incluso el azul agua imitó ese caprichoso color. Un sacerdote gritó; -"¡Es la sangre del sol! ¡Inuk lo ha matado y ahora esa sangre cae sobre nosotros". Momentos después todos cerraban sus tiendas y se escondían en ellas temerosos por la venganza de los dioses mientras la noche caía para siempre una vez el astro muerto.

El caballo de Inuk irrumpió en el poblado cuyos habitantes se escondían al calor de sus tiendas. Su mujer, que parecía que estaba esperándole desde hace largo tiempo, fue a recibirle. Bajó a su marido de la bestia y lo llevó a la tienda.


Estaba calentando agua cuando oyó un ruido en el lecho. Inuk se había despertado y la llamaba. La estancia estaba inundada por el olor de la camomila. Cerca de la cama varios paños húmedos yacían. El padre busca a la mujer sumido en su propia oscuridad y sus manos, como si palabras de socorro fueran, se lanzan al aire hasta encontrarse con las de ella. Él susurra unas palabras y ella acerca su rostro a sus labios; -"No veo su luz, ya no puedo verla. He vengado a nuestro hijo, he matado al sol ¿verdad?, sigue siendo de noche". Ella mira al exterior de la tienda por entre las telas y luego sin apartar sus ojos de los de Inuk le dice. -"Si, seguirá siendo de noche".


Comentarios

Puck ha dicho que…
Matar al sol. Ha merecido la pena la espera.
Saludillos
Susavila ha dicho que…
¡Original y bien contado, sí señor!
Anónimo ha dicho que…
El rollo tribal es uno de mis favoritos. Vuelves por la puerta grande
Moniruki ha dicho que…
Me ha encantado, y como se te ha echado de menos...
Javi ha dicho que…
Puck, Samotracia; muchas gracias por vuestras palabras. Un placer veros.

Patri-cia; a mi también me gusta lo tribal. Todo lo que sea fumar peyote, buscar vírgenes, correr desnudo por el bosque y comer carne asada con las manos desnudas tiene mi beneplácito.

Mónica; me alegro que te guste. No suelo desaparecer, más bien soy como Rondador Nocturno (otro grande y azul); hago ¡¡¡BAMF!!! pero no me voy lejos.
moonlight ha dicho que…
buena manera de volver ;D
benvingut!

Entradas populares de este blog

Una sola flecha.

Cosas que aprendí esta semana.