Las damas primero.
-"Si yo fuera su esposa le pondría veneno en el café".
-"Y, si yo fuera su marido, me lo bebería".
Conversación entre Laura Ormisnton Chant y Winston Churchill.
Pese al traje de marca y los zapatos italianos, que no sólo eran caros si no que además lucían como tales, Carlos era la imagen de la desesperanza bajo el toldo del hotel. Llevaba todo el día encerrado en la sala de conferencias del hotel debatiendo, junto con siete compañeros de trabajo, absurdas e interminables negociaciones. La jornada se le había hecho interminable y tan solo deseaba llegar a casa para quitarse la ropa, descalzarse y tumbarse en la bañera con el agua tan caliente como su cuerpo pudiera soportar.
La ropa que su trabajo le obligaba a vestir le gustaba. Le encantaba ajustar a su cuerpo trajes caros, una parte importante de sus funciones son de cara al público y por eso cuida su imagen. Afeitarse todos los días, usar alguna que otra crema para la cara y manos, llevar un pelo recién cortado cada semana. Las buenas maneras no acababan en su aspecto, sobre todo había de cuidar sus formas y maneras y a base de años lidiando en cientos de reuniones como las de hoy su vocabulario se había tornado, no fino ni exquisito, si no afilado pero romo. Contumaz y esponjoso. Rápido mas sigiloso.
Carlos esperaba a un taxi bajo las puertas del hotel mientras su rostro comenzaba a no poder ocultar las marcas del cansancio del día. Como no podía ser de otra forma justo antes de terminar la reunión comenzó a llover, signo de que en unos minutos todos los taxis de la cuidad desaparecerían, por eso en cuanto vio una luz verde bajo un taxi blanco su mano se alzó reclamádolo antes de que su cerebro pudiera tan siquiera procesar la orden.
El vehículo se detuvo frente a él como si de una obediente mascota se tratara llevándole el palo que su dueño acaba de arrojarle. Carlos aliviado abrió la puerta de coche para que en ese instante una mujer pusiera su mano sobre la suya. Carlos la miró pesando si la podía conocer y de ahí la confianza de ella para asir su mano. La mujer, sin dejar de mirar a Carlos, entró en el taxi y se sentó. Él tenía todavía su mano en al puerta y la desconocida no podia cerrarla sin que Carlos la quitara. Miró su mano y luego a él; -"Me cederá el taxi a mi porque soy una dama, ¿verdad?".
Carlos retiró su mano de la puerta, sonrió y dijo; -"No, le cedo el taxi porque yo soy un caballero".
El coche se alejó y Carlos esperó a su siguiente carruaje.
-"Y, si yo fuera su marido, me lo bebería".
Conversación entre Laura Ormisnton Chant y Winston Churchill.
Pese al traje de marca y los zapatos italianos, que no sólo eran caros si no que además lucían como tales, Carlos era la imagen de la desesperanza bajo el toldo del hotel. Llevaba todo el día encerrado en la sala de conferencias del hotel debatiendo, junto con siete compañeros de trabajo, absurdas e interminables negociaciones. La jornada se le había hecho interminable y tan solo deseaba llegar a casa para quitarse la ropa, descalzarse y tumbarse en la bañera con el agua tan caliente como su cuerpo pudiera soportar.
La ropa que su trabajo le obligaba a vestir le gustaba. Le encantaba ajustar a su cuerpo trajes caros, una parte importante de sus funciones son de cara al público y por eso cuida su imagen. Afeitarse todos los días, usar alguna que otra crema para la cara y manos, llevar un pelo recién cortado cada semana. Las buenas maneras no acababan en su aspecto, sobre todo había de cuidar sus formas y maneras y a base de años lidiando en cientos de reuniones como las de hoy su vocabulario se había tornado, no fino ni exquisito, si no afilado pero romo. Contumaz y esponjoso. Rápido mas sigiloso.
Carlos esperaba a un taxi bajo las puertas del hotel mientras su rostro comenzaba a no poder ocultar las marcas del cansancio del día. Como no podía ser de otra forma justo antes de terminar la reunión comenzó a llover, signo de que en unos minutos todos los taxis de la cuidad desaparecerían, por eso en cuanto vio una luz verde bajo un taxi blanco su mano se alzó reclamádolo antes de que su cerebro pudiera tan siquiera procesar la orden.
El vehículo se detuvo frente a él como si de una obediente mascota se tratara llevándole el palo que su dueño acaba de arrojarle. Carlos aliviado abrió la puerta de coche para que en ese instante una mujer pusiera su mano sobre la suya. Carlos la miró pesando si la podía conocer y de ahí la confianza de ella para asir su mano. La mujer, sin dejar de mirar a Carlos, entró en el taxi y se sentó. Él tenía todavía su mano en al puerta y la desconocida no podia cerrarla sin que Carlos la quitara. Miró su mano y luego a él; -"Me cederá el taxi a mi porque soy una dama, ¿verdad?".
Carlos retiró su mano de la puerta, sonrió y dijo; -"No, le cedo el taxi porque yo soy un caballero".
El coche se alejó y Carlos esperó a su siguiente carruaje.
Comentarios
Un abrazo.
Saludillos
Te seguiré visitando...
Muy bueno,
YoMisma