Camino serpenteante.

-"El mundo se derrumba y tú y yo nos enamoramos"
Humphrey Bogart.
Casablanca.


Después.


Reiko se incorporó del suelo y sintió la seda del kimono resbalando entre su piel. El tacto frío de esa tela la incomodaba pero le agradaba sentir cómo se iba adaptando a su piel a medida que se levantaba. Se llevó la mano al costado izquierdo, todavía le dolía un poco al respirar, pero la cabeza no le molestaba en absoluto. El té que se estaba filtrando por la madera del suelo todavía desprendía el aroma de las hojas recién cortadas.
Ya incorporada reparó con lástima en la puerta de su aposento que se mostraba rota y partida. Habría que cambiarla del todo. Rozó con sus yemas el papel de arroz y calculó los costes de la reparación, demasiados para este año de malas cosechas, guerras y gente con hambre. Avanzó por el pasillo de su hogar mientras sus sandalias iban rozando las heridas recientes que mostraba la madera del suelo. Reiko no quiso mirarlas, su hogar adolecía de los males de estos días; se resquebrajaba con el tiempo. El pasillo estaba bañado por la luz del sol que era ajena a esas estancias ya que la puerta de acceso a la casa pasaba la mayor parte del tiempo cerrada. Supuso que esa puerta estaría también partida, pero al verla su corazón encogió más todavía. La débil puerta de madera y papel de arroz se hallaba totalmente destrozada. Que sus aposentos estuvieran violados no le incomodó tanto como ver que aquella puerta que la defendía del exterior estaba hecha pedazos de una patada.

Reiko murmuró unas oraciones sin que sus labios expresaran sonido más allá del que los dioses ya conocen y obedecen. Una vez en el exterior sintió con agrado el sonido del campo y el calor del sol. Los cerezos florecían obedeciendo a la naturaleza y un nido de pájaros exigía a su madre la comida del día. El caprichoso molino que habían construido en el lago artificial giraba dejando caer golpes de agua que rompían la monotonía de la naturaleza. A lo lejos la gravilla del camino de piedra se encontraba desperdigada, arrojada de su recto recorrido desde la calle hasta la puerta del hogar. Reiko pensó que su marido, Yukio, se alegraría al verlo porque ya tendría una excusa para cambiar el serpenteante paseo que tenía que hacer cada vez que iba a casa. A Reiko le pareció gracioso incluir un par de ondeantes curvas en la recta que el sentido común imponía a la hora de confeccionar el camino de piedras. -"Las cosas bellas lo son más cuando incluyen caprichos en ellas" le dijo con dulzura a su marido cuando tuvo que justificar el motivo de esas innecesarias vueltas.

Se agachó y comenzó a devolver unas pocas piedras a su sendero aun sabiendo que la tarea le sería imposible de cumplir antes de que se pusiera el sol. Mirando a un lado vio el árbol que daba sombra a su casa y vió con pena dos recientes cortes profundos en el tronco. Dos cortes de katana. Reiko maldijo a los ronin que vagabundean y no buscan mas que problemas o a los niños que, imitando a sus héroes, usan espadas cortas para sus travesuras. Temió por la profundidad de esos cortes y en si romperían con el tiempo la integridad del tronco obligando a que se tuviera que cortar en unos años. Muchos trabajos, menos mal que siempre podría contar con Yukio. Anduvo unos metros por la calle principal del pueblo mientras la gente desde sus casas cerraba las puertas a su paso. Reiko veía en el suelo las gotas de lluvia que todavía regaban el polvo de la carretera. El costado le seguía doliendo y sólo quería encontrar a Yukio para que la llevara a sus aposentos y mañana, no muy temprano, empezar con los arreglos de la casa. En la plaza del pueblo, bajo la sombra de un árbol se encontraba una figura de espaldas a ella que supo reconocer.



Antes
.

Yukio se acercó a la bandeja que Reiko había puesto en el suelo de la estancia y llevó sus dedos a la taza de té, pero tuvo que desistir de su intención tras oir el carraspeo de desprobación de su esposa. Ella gustaba de reposar la infusión tras verterla, él, más ansioso, pensaba que cuanto más tiempo pasara menos aromático sería el trago. La esposa inclinaba su cuerpo a cada poco sobre la vajilla para servir el té en las tazas, acercar el azúcar, estirar el mantel sobre el que iba depositando delicadamente la porcelana. Yukio disfrutaba viendo cómo los pliegues de la ropa que vestía su esposa se movían de manera anárquica por su contorno formando un mar de seda sobre la piel jade de Reiko. Agradecía todos esos movimientos innecesarios en la ceremonia del té porque le permitían observarla moverse, era como ese camino de piedra serpenteante que había hecho en el jardín que le obligaba a recorrer más metros. Le encantaba ver la figura de ella caminando hacia el hogar cuando la esperaba en la puerta.

Una silueta que no era de ese lugar abrió la puerta de la habitación. Era un ronin, un samurai contratado para matarlos. Yukio bramó y se incorporó de inmediato pero Reiko, que se interpuso entre el asesino y su marido, acogió en su costado una punta del acero de la espada cayendo al suelo sin sentido. Su marido sabía que ahora no podía pensar en ella y asiendo la espada por su funda detuvo el corte que estaba destinado a segar su vida. Una vez de pie sacó la katana de su vaina y lanzó un corte al aire rompiendo la puerta. El ronin avanzaba hacia él reduciendo el espacio mientras Yukio, sin perderle le vista, retrocedía por el pasillo con su espada apuntándole a los ojos. La katana del asesino se arrastraba por la madera del suelo dejando una cicatriz en él, esperaba así inquietar a Yukio y cuando éste supo que tenía la puerta a su espalda sin girarse la tiró de una patada como un caballo da una coz.
En el exterior Yukio se sintió más seguro pese a que nada había cambiado. La estación del año era la más acogedora y de una manera infantil sabía que nada malo podía ocurrirle en una época tan agradable como esta. El acero empezó a estallar entre sí mientras las manos de los espadachines serpenteaban en el aire empuñando sus muertes. Dos filos se clavaron en el árbol de la entrada y Yukio resbaló sus sandalias en la gravilla del camino. Mientras recuperaba el equilibrio la sangre de Reiko que todavía estaba en el acero del asesino se unió a la suya. Yukio se echó hacia atrás y corrió por el camino del pueblo mientras gotas carmesí regaban el polvo del camino. Herido y cansado se arrodilló en la plaza, el asesino le imitó frente a él y tras mostrar sus respetos hundió una daga en su pecho. A lo lejos lo último que oyó fue el molino de su jardín devolviendo el agua que tomaba una y otra vez del lago.

Poco después Reiko, ausente y con su mano en el costado, buscó la figura de su marido al final de la calle principal. Siguió el rastro que habían dejado las gotas de sangre sobre el polvo del camino mientras sus labios murmuraban oraciones. Sentada detrás de su Yukio dejó caer la cabeza sobre su espalda. Ahora ya estaba tranquila, junto con él mañana podrá arreglar la casa y comenzar un nuevo día.

Comentarios

Cabra Montesa ha dicho que…
Es fácil visualizar una secuencia digna del mejor Korosawa. El ritmo, el tempo, los pequeños detalles, y la narración.

Incluso es facil escuchar los dialogos, los gemidos, la katana, y las onomatopeyas.

como molan los finales japoneses, y que tristes que son.
Susavila ha dicho que…
Estoy de acuerdo. Tienes mucha facilidad para la narración ágil, se puede visualizar lo que cuentas como si de una película se tratara.
Triste y tierno final, al menos yacen uno junto al otro.
moonlight ha dicho que…
me gusta...
Laia... ha dicho que…
Siempre es más fácil enamorarse cuando el mundo se derrumba...
Chelo ha dicho que…
comenzar un nuevo día, retomar la rutina...

qué bonito...
Unknown ha dicho que…
delicado,como delicada y sutil porcelana, increiblemente fácil de romper.
felicidades.-

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