Recién planchada.

-"La locura es como la gravedad, basta un pequeño empujón"
Joker. Batman, el caballero oscuro.


Las cortinas volaban
por fuera de la ventana sujetas a los rieles. Se mantenían firmes en sus ganchos mientras las telas ondeaban al viento como la capa de un superhéroe cuando vuela, como ondea una bandera orgullosa de ser el símbolo de todo un país. Desde el suelo casi podía oir el sonido que la tela produce cuando se mueve en el viento, como un mantra. Se le antojó gracioso pensar que después de tanto tiempo contemplando la ciudad desde su despacho ahora tenga que descubrir la belleza de su ventana, de sus cortinas, de aquello que le mostraba lo que el creía que sería el objetivo final de su trabajo; conquistar la ciudad.

Todavía podía mover las manos y, pese a que se encontraba entumecido de cintura para abajo, notó en sus mejillas una ráfaga de viento. Casi de inmediato observó la ventana y vió cómo de ella salían varios papeles. Documentos, archivos, sumarios, dosieres se mezclaban con el paisaje de la ciudad. Algunos de esos textos impresos se quedaban atrapados en las cortinas como si fueran los brazos de un amante que no quiere que su pareja abandone la cama. Siguió el camino errante de los papeles hasta donde el cuello se lo permitió, hasta que empezó a dolerle. Y sonrió.

Respiró hondo varias veces y, como si sus sentidos tuvieran que turnarse para poder funcionar, sus cerró los ojos y empezó a escuchar a la ciudad. Recordó lo último que oyó antes del breve, brevísimo dolor. Jamás creyó que se pudiera escuchar la espalda de uno mismo partirse y, contrario a lo que se pueda pensar no duele. Tras saltar por la ventana no sabe si primero fue el "crack" de su espalda y después su grito o, curiosamente, al revés. Ahora percibe el murmullo de la ciudad, y la ciudad está muerta, y muy viva a la vez. Escucha el lento caminar, el quejido que sale de sus gargantas, el roer de la carne, los huesos rotos que se separan del cuerpo. Ve los sonidos de la gente gritando por sus vidas, amigos avisando a sus amigos de los peligros. Padres que ven a sus hijos luchando contra ellos. Puede discernir entre los gritos de ayuda de los gritos de los moribundos. Puede escuchar el viento trayéndole el olor de carne podrida. Empieza a llorar y puede oir a su propia garganta intentando callarle, tragando saliva y obligándole a engañarse haciéndole pensar que todo va a salir bien. Oye a uno de ellos gritar y sin saber porqué siente que ese grito es por él.

Está boca arriba, abre los ojos y haciendo un acopio de fuerzas se da la vuelta. Mientras lo hace descubre que es error. Tiene la espalda rota y el dolor comienza cuando se mueve y termina si se mantiene quieto. Aún así sabe que el dolor es lo último que le va a recordar que todavía sigue vivo, que todavía no es uno de ellos. Mueve su hombro izquierdo sobre el asfalto como si se estuviera acunando hasta que genera el impulso suficiente como para, aferrándose a un bordillo, impulsarse y lograr cambiar su postura. Su vientre toca el asfalto, está frío. Termina de darse la vuelta y observa desde su nueva posición cómo uno de ellos continúa su recorrido hacia él. El cuerpo de uno de los seres marcha en su dirección, despacio, pausado. Los zombies le hicieron saltar de su despacho cuando le encerraron en él y destruyeron la puerta. Ahora uno de ellos, como no podía ser de otra forma, va a acabar con su historia.

Una blusa, el zombie llevaba una blusa de seda con motivos florales estampados por toda la tela. Es de cuello mao y abotonada hasta el penúltimo botón. Está planchada, recién planchada. Piensa en los días que llevará ese zombie por la ciudad. Desde el inicio de la plaga a hoy ya han pasado seis días en los que ese infectado habrá comido al menos veinte veces para seguir vivo. No puede entender cómo esa blusa está todavía perfectamente planchada. Visualiza a la bestia atacando a sus víctimas, devorándolas en calles bajo las inclemencias del tiempo. El zombie se arrastra por el suelo si ve carne tirada, se sumerge en el agua si es necesario y no duerme, está veinticuatro horas al día buscando comida. No es posible que esa blusa siga como si hubiera salido de una tintorería. Días antes aabía visto a seis zombies devorando a un cuerpo todavía con vida y la sangre de la víctima regaba los cuerpos de sus verdugos a cada pedazo de carne que le arrancaban. Si este zombie sigue en pie es porque ha matado, y si ha matado ha habido sangre y no es posible que esa blusa esté intacta.
El zombie sigue con su lento caminar hacia él, se detiene a medio metro y le observa. Él piensa que igual no es un zombie común, igual no necesita comer y por eso la camisa está sin manchar. El zombie ya puede tocarle se agacha y, sujetándole del hombro le da la vuelta colocándole boca arriba. El inválido grita de dolor y vuelve a ver las cortinas, desearía estar ahora mismo al otro lado de esa ventana. El zombie rodea el cuerpo y se sienta sobre su pecho. Tan cerca puede oler el perfume que desprende esa blusa, perfectamente planchada, limpia y todavía perfumada a suavizante. Cierra los ojos y oye a la ciudad, abre los ojos y ve las cortinas. Llora y las lágrimas le muestran mil blusas en sus retinas. Unos diente se clavan en su pecho, siente el dolor y sus manos buscan algo a lo que aferrarse. Uno de sus dedos roza la seda de la blusa pero no puede asirse a ella, es demasiado perfecta y prefiere morir con esa imagen, con la visión de la blusa del zombie que parecía recién planchada.

Comentarios

Enrique Marrón ha dicho que…
Eduard Noxford. The Trivial Gazet Directory.

...y en cuanto a Javier del Hoyo, sus relatos sobre zombies rezuman lo novelesco, trascienden mas allá de lo siniestro. Componen, estos relatos una amalgama de subgeneros intrínsecos que desfilan casi burlonamente mientras no nos dejamos de sobar por la historia. Historia de amor, pues es de amor de lo que se compone la energía que une los trozos de carne de sus personajes, toda otra sustancia carecería de la fuerza suficiente. Pero es un amor chirriante, que da dentera. Un amor rítmicamente asimétrico, con una nota de mas en la partitura... un amor que se parte por algún sitio...un extraño puzzle completo donde al final sobra una pieza y otra pieza se colocó a la fuerza. En definitiva solo la locura de un genio puede producir ese colapso de los sentidos necesario para resetear nuestro presente y dejarnos noqueados durante minutos. Y pasemos ahora a hablar de la obra de James W. Willcliff, su libro QUE FANTASTICAS ENCIAS, un ensayo sobre el...
Cabra Montesa ha dicho que…
Brillante escena merecedora de formar parte de la Guerra Z.

PD: En mi v ida he llevado una camisa sin arrugas, es superior a mi, es estoy vivo. Vamos... que voy tirando.
Anónimo ha dicho que…
Era yo y mi camisa de seda estaba inmaculada porque aún no era zombie. Sólo que un día el muy cabrón me quitó el corazón y no quiso entregarme el suyo.
Se lo dije, le avisé: un día se arrastraría ante mí como un gusano mientras yo me quedaba con su corazón.
moonlight ha dicho que…
zombies con blusa? mi imaginación no da para tanto, jeje
Javi ha dicho que…
Chocolat; gracias por tus palabras ¿quién quiere un blog con mil comentarios teniendo al menos uno tuyo? Con eso basta. No te esperas esos giros en las historias por el mismo motivo que te preguntas por el "por qué" de la blusa limpia; por pensar demasiado.

Enrique Marrón; jamás alguien ha diseccionado asi un texto mío. Espero devolverte la flor :-)

Patri-cia; con tu comentario podría hacer otra historia y me gusta lo que has hecho, juntar varios post para hacer una historia con ellos.

Atrapao; qué grande Guerra Mundial Z, estoy deseando una segunda parte de la novela. De lo mejor que hemos leído en mucho tiempo.

Moonlight; imaginación al poder!
Hongos ha dicho que…
Un placer leerte. Veo que le has sacado todo el jugo a la frase. Te añado a favoritos. Un saludo.

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