Corazones quemados.
"Jesusito de mi vida, eres niño como yo,
por eso te quiero tanto que te doy mi corazón.
Tómalo, tuyo es, mío no".
Poesía litúrgica infantil.
Se arrancó el corazón con la mano izquierda, lo colocó en la bandeja y, rociándolo con gasolina rascó la cabeza de una cerilla con su mano y lo quemó.
Esperó a que no quedaran mas que cenizas en el redondo metal y, una vez el fuego extinto, aspiró las motas de lo que fue su órgano. Sintió cómo pasaba por su nariz, viajaba por sus pulmones, se espandía por los bronquios y llegaba hasta la última vena de su sangre.
Pero ya no es su corazón. Ni es un corazón quemado. Es algo más.
Ella no supo bien si hacer lo mismo. Observaba desde la cama cómo su amante terminaba de toser los últimos restos del polvo aspirado. Los ojos de él lloraban las lágrimas de la asfixia, como los que regaban la madrágora. La mujer se mesó el pelo, hundió sus manos en sus mejillas, o al revés, y buscó en el pecho su corazón. Estuvo un tiempo apartando costillas, tejidos y carne. Buscó entre los pliegues de su ropa, en los bolsillos, e incluso en partes de su pecho en las que sabía que no estaba. No halló su corazón.
Su corazón era pequeño, rosado y olía a perfume de media mañana, de ese perfume que se echaba después de comer que salía del esenciero que tenía en el bolso y usaba cuando se sentía cansada. El perfume la alegraba, el perfume a miedo y risas, a sustos y emoción, a retos y esfuerzos superados.
Él volvió a la cama y cogiendo la bandeja la puso bajo la mano de ella. -"Te toca" dijeron sus ojos con miedo. Ella quiso decirle que no encontraba su órgano, que su corazón se había perdido. Temió que él pensara que era una excusa, que los miedos a perder lo más preciado le hicieran inventarse mentiras y pretextos. "¿Y si fuera que de verdad no le amo? ¿Y si es que no quiero perder mi corazón por el?" Pensaba en ello cuando al asir la bandeja supo que el olor que la plata desprendía era familiar.
Ella sonrió porque supo que lo amaba tanto que él ya tenía el corazón de ella en su pecho, tan profundo que lo había confundido con el suyo. Luego lloró porque supo que no la amaba porque el corazón de él siguía en su cuerpo, encerrado y sin entregarse a ella.
Y supo que su corazón, quemado y en cenizas, lo había perdido para siempre.
por eso te quiero tanto que te doy mi corazón.
Tómalo, tuyo es, mío no".
Poesía litúrgica infantil.
Se arrancó el corazón con la mano izquierda, lo colocó en la bandeja y, rociándolo con gasolina rascó la cabeza de una cerilla con su mano y lo quemó.
Esperó a que no quedaran mas que cenizas en el redondo metal y, una vez el fuego extinto, aspiró las motas de lo que fue su órgano. Sintió cómo pasaba por su nariz, viajaba por sus pulmones, se espandía por los bronquios y llegaba hasta la última vena de su sangre.
Pero ya no es su corazón. Ni es un corazón quemado. Es algo más.
Ella no supo bien si hacer lo mismo. Observaba desde la cama cómo su amante terminaba de toser los últimos restos del polvo aspirado. Los ojos de él lloraban las lágrimas de la asfixia, como los que regaban la madrágora. La mujer se mesó el pelo, hundió sus manos en sus mejillas, o al revés, y buscó en el pecho su corazón. Estuvo un tiempo apartando costillas, tejidos y carne. Buscó entre los pliegues de su ropa, en los bolsillos, e incluso en partes de su pecho en las que sabía que no estaba. No halló su corazón.
Su corazón era pequeño, rosado y olía a perfume de media mañana, de ese perfume que se echaba después de comer que salía del esenciero que tenía en el bolso y usaba cuando se sentía cansada. El perfume la alegraba, el perfume a miedo y risas, a sustos y emoción, a retos y esfuerzos superados.
Él volvió a la cama y cogiendo la bandeja la puso bajo la mano de ella. -"Te toca" dijeron sus ojos con miedo. Ella quiso decirle que no encontraba su órgano, que su corazón se había perdido. Temió que él pensara que era una excusa, que los miedos a perder lo más preciado le hicieran inventarse mentiras y pretextos. "¿Y si fuera que de verdad no le amo? ¿Y si es que no quiero perder mi corazón por el?" Pensaba en ello cuando al asir la bandeja supo que el olor que la plata desprendía era familiar.
Ella sonrió porque supo que lo amaba tanto que él ya tenía el corazón de ella en su pecho, tan profundo que lo había confundido con el suyo. Luego lloró porque supo que no la amaba porque el corazón de él siguía en su cuerpo, encerrado y sin entregarse a ella.
Y supo que su corazón, quemado y en cenizas, lo había perdido para siempre.
Comentarios
¿has probado a ponerle música?
Patri-cia; ¿romántico? casi prefiero cuando me llamas pervertido ;-)
Chocolat, Moonlight; en realidad los corazones ni se dan ni se piden. Más bien pierden y se encuentran.
Lo bueno es que los corazones aunque se quemen luego renacen. Tenemos corazones para dar y tomar.
Sorprendente :)
Tienes que intentar estas cosas más a menudo, puedo hacerme adicta.
Saludines,
YoMisma
Efímera; mejor no ver esa bandeja. Además seguro que tu corazón está a prueba de fuego.
Samotracia; de nada ;-)
Yo,lamiss; ¿casquería? pues el amor es una carnicería.
Yomisma; de nada. Pero prometo bajar el listón del blog, por el bien de tu adicción :-)
Saludos
Me ha gustado eso de que luego renacen corazones, menos mal!
Un abrazo Javi
Quería invitarte a que pases por mi blog y leas la narración homenaje a todos los compañeros de anónima: http://azullavable.blogspot.com/2010/10/ejercitando-la-derrota.html
Saludos
Julio